miércoles, 26 de agosto de 2015

Sobre la terapia de grupo

Cat Rogers en una performance. Novotel City, Koln. Zimmer 505
Dice el poeta que la ética es la estética interior y en ese contexto, la terapia de grupo ofrece el espacio para comprender cómo concebimos nuestra relación con los otros y la ética de la que echamos mano en las situaciones sociales.

La mayoría de los grupos de terapia que conocemos, desde AA, hasta el grupo de terapia de los servicios sanitarios públicos y los celebrados en centros de psicología y terapia como en el que tengo el despacho, los realizamos congregados en círculo, como en los grupos de discusión profesionales, de los que, durante años de trabajo para empresas, he realizado muchos.

El principal incoveniente que le encuentro es que no parece que necesitemos involucrarnos mucho, por cuanto que ese formalismo deja de interesarle a la parte más inconsciente de nuestro ser. Por ejemplo, cuando la sesión se inicia con el reporte individual de lo que hemos sido capaces de llevar a cabo en la semana anterior, parece que marcamos cruces en un registro, pero verbalmente y en una situación donde el terapeuta (si es de la Sanidad Pública y su informe tiene consecuencias sobre nuestro futuro, mucho más) se siente normalmente en una situación privilegiada, desigual y dominante, manteniendo claramente los límites, con lo que la experiencia puede ser incluso contraproducente para algunos sujetos (1).

Una de las corrientes terapeúticas que mejor realizan la mise en scène es la Gestalt, corriente terapeútica creada por Fritz Perls y por Lore Posner, conocida como Laura Perls, su pareja quizás impulsora de parte de los logros.

La puesta en escena que conozco de ellos ha de ver con la redefinición del espacio, en el sentido de que no solo puede haber sillas en la sala, sino que el espacio se comparte con los demás de la mejor forma posible, incorporando cualesquiera elementos mobiliarios que puedan hacernos sentir cosy, confortables o, como dicen los daneses, Hyggelig, con lo que se refieren a la comodidad interior que nos producen algunas situaciones.

En terapia cada corriente tiene un planteamiento que, sin ser excluyentes, provocan que el terapeuta oriente el foco en un sentido o en el otro. Porque mientras en el coaching el foco lo tiene el cliente, aunque el coach le ayuda a reenfocar en el sentido de sus objetivos y deseos, en lo desperdiciar la energía, en la terapia parece que la guía la tiene el terapeuta, aunque no siempre, desde luego.

El planteamiento de las corrientes cognitivos conductuales tiene la ventaja de que considera que los cambios en el modo de interpretar lo que te sucede y en tus conductas produce una transformación.

Como sabemos que es cierto y que el mismo principio se ha de cumplir cuando quieres dejar un hábito o construir otro nuevo (o abandonar una fobia, que es un hábito a desaprender), es el más aplaudido por los terapeutas y el más abundante en la "oferta" pública y privada.

Lo que aporta un plan de trabajo como el que proponen las corrientes existenciales, fenomenológicas, dinámicas, en definitiva, es el hecho de que en terapia te solicitan que te entregues y que te percibas de lo que sucede en esa sesión de terapia, en esa sesión de vida. Por ello procuran evitar la formalidad de "estoy en terapia y por eso estoy en un círculo".

En este sentido la estética del espacio en el que se realiza terapia de grupo es un elemento que desdeñamos como terapeutas (tampoco disponemos de un loft que compartir con nuestros clientes, como lo haríamos con un grupo de amigos, sin embargo ayudaría mucho) movidos por ese concepto difuso de los límites.

Curiosamente, en las terapias gestálticas, el grupo realiza ejercicios y dinámicas donde los límites entre el yo y el grupo pueden llegar a diluirse por momentos, sin embargo uno de los principios de la terapia de grupo es mantener tus límites y conocerlos, comprender cómo funciona un grupo en situación de hacer algo en conjunto, comprender tu rol y el status que te otorgan y las ventajas e inconvenientes que tiene, jugar a la vida, en definitiva, para reaprender a vivirla de la forma que tú deseas.



A ver si me animo a organizar grupos de terapia a partir de ya, con la ayuda de Cat Rogers, la mascota del despacho. Aunque él dice que el despacho es él y que sin él no existiría.


(1) Es significativo el hecho de que muchos maltratadores en regimen abierto pero con la condición de asistir a terapia de grupo durante seis meses se reunan en un bar antes y después de acudir a la sesión. Es claro que la situación es muy aversiva, incómoda para ellos, que no sintonizan, por lo que han de cargarse para reducir la presencia de dopamina en su torrente sanguíneo y en su cerebro...

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