A los 13
años, Lola es una muchacha disciplinada, trabajadora, e inteligente. Quiere
triunfar como gimnasta, pero su anhelo se quiebra cuando desarrolla una
anorexia. En ese momento descubre que su sueño es, en realidad, el de sus
padres. Gregory Michel, Mente y Cerebro, No 100, 54-59.
Las dificultades en la adolescencia proceden entre otras
variables, de la limpieza neuronal, por la que el cerebro modifica su
topografía, hasta el extremo que posteriormente nos daremos cuenta de que los
recuerdos de nuestra infancia han desaparecido por contenedores (aunque
probablemente surjan modificaciones con motivo de las formas intensivas en que
ahora guardamos información de cualquier momento de nuestra existencia; es
posible que rehagamos nuestra infancia en nuestra memoria y que con la ayuda de
otras personas testigos de los acontecimientos, recuperemos nuestra infancia;
me pregunto cómo afectará a nuestro sufrimiento en el futuro esa variable, esa
ingente información extraida de la nebulosa del olvido biológico-evolutivo) y
de la construcción de nuestra identidad, que según quienes estudian esta etapa
de nuestra vida, tan irritante para quienes la contemplan y al tiempo tan
envidiable y energética, tan única, depende, esa construcción, de cómo nos
vemos, cómo nos ven (la mirada del otro, que nos matiza, tamiza y pervierte, en
el sentido de modificar lo que en principio deseábamos para nosotros y que
incorpora lo que el otro desea /desprecia o intuimos que lo hace); el cuerpo,
por lo tanto, tiene una gran importancia a la hora de la construcción de nuestra
identidad. Quién soy, dónde están mis límites respecto de los demás, no solo
físicos, sino también mentales, que tipo de cuerpo tengo, de qué corporalidad
dispongo, qué pienso que podré ofrecer y lograr del mundo, de mis realidades y
fantasías con esta dote biológica, hasta dónde podré modificarla, mejorarla,
apoderarme completamente de ella. El sufrimiento adolescente, sus mecanismos de
defensa y las posibles dificultades mentales darán cuenta de muchas de las
penalidades por las que atraviesa una persona en esta época.
En una taxonomía dimensional de
posibles dificultades que atraviesan los adolescentes, Silvia Monzón hace un
recorrido por las propuestas de numerosos autores, mencionando entre otros las
que ha elaborado Achenbach con otros colegas, entre ellos Rescorla, en 2000 y
2001; en esta última recogen las siguientes:
Photo by Gabriel Sanchez |
Ansiedad; depresión; aislamiento;
quejas somáticas; problemas sociales; problemas de pensamiento; problemas
atención; conducta romper normas; conducta agresiva.
Posiblemente el perfeccionismo o
la obsesión por la pulcritud en el desempeño de cualquier actividad, que no
aparece en estos estudios, esté en la fuente de algunos trastornos o modos de
sufrimiento. Por mi edad recuerdo los primeros dieces en la gimnasia femenina,
una atleta que pesaba mucho menos que sus competidoras, con una extraordinaria
fortaleza, incrementada por la capacidad de ascender y mantenerse por encima de
sus rivales con un menor desgaste de energía. La República Socialista (supongo)
de Rumanía había logrado crear un fenómeno que les permitiera atraer las
miradas del mundo. Años después, la atleta desveló muchos de sus sufrimientos
para ser la representante de un país como deseaba un régimen totalitario.
Además de la dificultad que pueda
observar en sí misma para ser popular, si es lo que desea, triunfadora, si es
su objetivo, la persona adolescente tiene que lidiar en ocasiones con las
demandas de la familia, que deposita expectativas y deseos en la persona que
está creciendo. Cuando, además, hay más progenie, pueden existir comparaciones
con hermanas y hermanos que acaban por configurar una imagen personal que no es
la más saludable y de la que emerge el sufrimiento que se articula como un
trastorno, cuando alguien, un profesional, o la misma persona que lo padece, lo
etiqueta.
En el caso que abre esta entrada,
la niña estuvo en tratamiento, pero también los padres, con el objetivo de que
ella se recuperara y de que su madre dejara de proyectar en su hija lo que ella
no había logrado. La madre, una mujer enérgica, dominante, segura de sí y de lo
mejor para su hija, se había convertido en su entrenadora, en colaboración con
un grupo de entrenadores, cuyo procedimiento, muy ritualizado, comprometía el
bienestar de la niña. Una vez hospitalizada se mostró muy rebelde ante la posibilidad
de abandonar el ejercicio físico. Durante los primeros días del ingreso, se
ejercitaba con su propio peso, estaba inquieta en la mesa, se ponía de
puntillas y se elevaba de la silla, para trabajar sus cuádriceps y todo el tren
inferior y, en definitiva, su mente estaba ocupada con la necesidad de mantener
el tono físico que le permitía competir.
Sus padres, al menos su madre, presentaba
lo que se denomina El síndrome del éxito por poderes. En estos casos, la
familia se sacrifica por el éxito del hijo, de la hija, todas las decisiones se
circunscriben a la posibilidad de garantizar el hipotético éxito futuro; se
instrumentaliza a la persona menor, sin distinguir los deseos y objetivos del
niño y de la familia, como si existiera simbiosis; esto lleva al maltrato
inconsciente, porque no se concibe que el hijo lleve a cabo actividades que le
alejen del objetivo prioritario que es el triunfo en la actividad de que se
trate.
Photo by Tim Mossholder |
A medida que transcurrió el
tiempo, la niña expresaba Si he acabado con anorexia, se lo debo a mi madre;
ella era quien me prescribía la dieta; nunca me he sentido bien; ahora me
encuentro mejor.
A partir de la enfermedad, la
madre cambió, culpaba a su hija de falta de combatividad, de frustrar las
aspiraciones de toda la familia; a través de la psicoterapia, fue modificando
el enfoque y aceptando que la proyección de sus deseos estaba en el origen de
todo el desmoronamiento.
Con el tiempo, la niña salió de la
enfermedad, recuperó su adolescencia y la familia encontró un nuevo equilibrio.
Las enfermedades mentales tienen
un origen social en múltiples oportunidades y mejor no perderlo de vista.
Cuando la anorexia permanece en la
adultez, las condiciones de tratamiento pueden modificarse. Algunas escuelas de
tratamiento apuestan por el modelo MANTRA, que es prácticamente idéntico al
Mansfield, pero adaptado a personas mayores de edad, con lo que supone de
modificación de responsabilidades. Además, en adultos la enfermedad puede
llevar muchos años acompañándole, ha podido pasar por terapias con mayor o
menor éxito, que han dejado huella en la persona y pueden dificultar el
tratamiento. En los trastornos alimentarios, cuanto antes se inicie la terapia
y la recuperación, mejor será el pronóstico.
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