lunes, 9 de marzo de 2015

El caso de la "Tristecita"

Colette Browne en este artículo

Apareció con mucha inseguridad y de manera imprevista. 

Me llamaron antes: Mira, que tengo una amiga que ha tenido una ruptura sentimental y se encuentra mal. Que si puede ir a verte, mañana, sábado. Es cuando puede ir.

La joven que entró en el despacho, tras marcharse mi cliente anterior, era alta, con el pelo ensortijado y bien parecida. Vestía confortable, arreglada con ropa casual y quizás no destacara entre nosotros, como sucede con otras personas y personalidades.

Se sentó y habló. Le interrumpí, para que aceptara las condiciones de confidencialidad (la hoja que todos firmamos al acudir a un lugar de salud o de otro tipo, en el que manejen datos confidenciales nuestros) y prosiguió. Al poco de iniciar su relato, rompió a llorar.

Su infelicidad era profunda en ese preciso momento y lo que tenía que hacer yo, acompañarla y esperar, con esa mezcla de cautela, compasión y compañía, que solemos ejercitar los psicólogos humanistas, tan bien.

Sus citas. Ese era el principal problema. Acabaran como acabasen, con risas, cama, olvido, recuerdo, reencuentros inmediatos, fugaces, tras un año, tras dos, tras lo que fuera, las citas eran tristes en su recuerdo. Nada llenaba el cántaro interior del afecto.

Mamá enferma, hermano con dificultades con el alcohol y los estupefacientes, deseos de salir de casa, culpa por pensar en hacerlo, trabajo demandante y, encima, los hombres. Cada hombre era una promesa de bienestar, una fiesta, "un domingo cualquiera", hasta que la carroza se transformaba en calabaza.

Las citas que contaba no eran especialmente tristes, sino que lo era el sentimiento que le provocaban con el tiempo, la incertidumbre, el miedo al abandono... otra vez.

Hablamos de la estructura del refuerzo, del deseo y de la necesidad y acordamos que siguiera, en la medida de lo posible, unas pautas, que según todas las evidencias, suelen funcionar a la hora de dosificar el deseo, el refuerzo, la concesión y el flirteo.

El abandono del padre, aquejado de alcoholismo, no le había hecho bien alguno, aunque seguramente le había permitido crecer en un entorno algo menos tóxico. Pero las secuelas y el daño sobre el apego, queda.

El apego patológico y algunas características


Su apego era excesivo, demandante como el de las mujeres que aman demasiado, un tipo de personalidad dependiente de los hombres, que causa mucho sufrimiento.

[Si te interesa el tema de MAD, esta grabación de un programa de radio que realicé para un antiguo portal de trastornos de personalidad, te será de interés. Es solo audio y puedes descargarlo o escuchar en línea]

Ahora parece que trabaja con las pautas y también que leyó algún libro de los recomendados, lo que le permitía comprender el modo en el que reaccionamos ante los estímulos sexuales y como "manejar" la impaciencia o el deseo del otro, demorando la recompensa y aprendiendo a dosificar el afecto, porque siempre puede haber más, no es un cubo de agua que se vacía, sino más bien una despensa que se renueva.

No la he visto más. Cerramos la sesión y mantuvimos algún contacto posterior, breve, de seguimiento. 

Al cambiar el enfoque, se redujo la tristeza. No desaparecerá, porque tiene su propia personalidad, su vida, su manera de comprender el mundo. Pero puede incorporar otros modos de aceptar la realidad, incluso de modificarla para su confort y bienestar personal. Tampoco hace falta eliminar la tristeza de nuestra vida para vivir completamente. Basta con mantenerla a raya, para que no se transforme en depresión y destruya nuestra capacidad de disfrute.


1 comentario:

  1. Señor psicólogo, hoy se ha esforzado un poquito más que otras veces. ¡Jijiji!

    ResponderEliminar

Este blog no admite comentarios porque no recoge datos personales.