domingo, 21 de junio de 2015

Mi animalidad: ejercicio

La naturaleza me ha dotado de unas prestaciones que parecen tan excesivas para lo que se espera de mi, en calidad de miembro de una especie humana -no sé cuántas especies hay o conviven en el mismo período de tiempo; y tú, ¿lo sabes?-, que tras asearme, vestirme y consultar el correo y las notificaciones de las redes, salgo de casa sin tener conciencia de que yo, también, soy un animal.

Al olvidar mi naturaleza, al negarla, parece que me vuelvo reprensor, crítico, perfeccionista con las personas que me rodean: el bostezo de mandíbula desencajada me predispone al rechazo hacia la persona que acaba de emitirlo y a emularlo; el sonido del juego de móvil, hipnótico e infantil, del chico sentado en el centro de esa fila, tan joven y un tanto desgreñado por la mañana, me enerva; el empujón al que me somete una mochila me solivianta; la mujer del pantalón corto y ceñido me atrae; la mujer que se encuentra a su lado, con dos verrugas en la cara, provoca en mi un gesto de asco.

Montaje 1,  a partir de imágenes de Animal de Google Search

Todas esas respuestas no son culturales: que no las evidencie, que me mantenga en silencio, que no transparente gesto alguno, sí que lo es; es la cultura la que me doblega como animal, la que logra que no reaccione a estas manifestaciones; lo que no evita la cultura es que las sienta, que esos estímulos externos provoquen mi lectura de ellos, que unos me atraigan, otros me irriten levemente, otros me repelan.

En un seminario de psicología de la expresión personal, se nos invitaba a realizar un ejercicio que propuso la escuela de la Gestalt en Esalen, hace muchos años. Aprovechando algunas de las enseñanzas de los modelos de preparación de actores, nos sugería ser, por unos minutos, un animal.

El que eligiéramos. ¿Te animas a hacer este ejercicio animal?

Montaje 2,  a partir de imágenes de Animal de Google Search

INSTRUCCIONES

Cerrar los ojos durante unos minutos. Tomar conciencia de la respiración y ralentizarla. Delante de mi tengo una pantalla figurada, es blanca como las de cine y en ella se va proyectando una figura que es un animal. Le doy tiempo para que se forme: me doy cuenta de su tamaño, su forma, sus extremidades, la cabeza, sí, sé qué animal es; lo distingo con claridad.

Ahora me doy cuenta de que ese animal me representa, como que ahora soy, me convierto en ese animal, metafóricamente. Abro la boca y me expreso como esa criatura, hago gestos y ruidos, muevo mi cuerpo, tengo necesidad de expresarme físicamente como si fuera ese animal; sé que soy un macho o una hembra, no tengo dificultades para darme cuenta; me siento como si fuera en este momento esa criatura y me siento bien, no tengo hambre, no tengo sed, ni miedo, ni angustia, nada, estoy segura y firme en el espacio que ocupo. Algunos de mis sentidos se agudizan, noto cuáles son los que lo hacen. Me quedo por unos minutos olisqueo, ramoneo, juego con el hocico, observo, estoy aquí y tan solo soy.

(permanecer 5 minutos en la animalidad)

Ahora voy dejando esa forma, dejo de ser el animal y me reconvierto en mi y me abrazo como ser humano, de nuevo y entiendo mis limitaciones y también mis posibilidades y el animal que tengo en mi interior.

Me pregunto qué es lo que me ha llevado a ser esa criatura por unos momentos, qué me gusta de ese animal, en qué me parezco a él, qué cosas destacan, se saben de su conducta y de su habitat, de su modo de vivir con otros de su especie y de otras, sus costumbres, diurnas o nocturnas; su vida familiar; su modo de buscar comida, de tener sexo con otros congéneres, de deambular por sus espacios, me vuelvo a imbuir de ese animal, me imagino su olor, su sonido, su movimiento, su aspecto, su aspecto en la temporada de las lluvias, del calor, del frío, de las catástrofes naturales como un incendio, una sequía, una inundación, el crecimiento de su población hasta poner en riesgo su propia supervivencia, o el crecimiento de otra especie que amenace su propia existencia.

Casi me convierto, de nuevo, en miembro de esa especie. Y, entonces, me vuelvo otra vez allí, a ser ese animal. Cierro, de nuevo los ohos y soy él, pero en un recinto de zoológico, encerrado. No tengo posibilidad de escapar por el momento.

Observo lo que me rodea, estoy seguro y al tiempo un poco inquieto, alerta de más. Me quedo en esa situación, rodeado por el cerco, por las paredes, por el lugar, del que no puedo escapar.

(permanecer 5 minutos en la animalidad contenida por el cerco)

Regreso a mi ser y me respodo a las preguntas:

- Cómo era el recinto: abierto, de arena, con vegetación, con rocas, con agua, como un cercado de ganado, como una instalación de zoológico, una jaula o una jungla en pequeño, un desierto o un jardín.
- Hay humanos que me observan desde fuera o solo miembros de mi especie, o de otra especie, separados por cristal o por foso, o estoy solo.
- Qué hago, doy vueltas o estoy tumbado, encima de una roca o de unos troncos, dentro del agua, a la puerta de mi morada, dormido, alterado, como, defeco, paso el tiempo, observo atento o aburrido, desesperado o convencido de que es mi lugar, resignado o alegre por la seguridad que me brinda, una jaula o un refugio, me siento en una jaula o me siento en un regugio.
- Hay, repito, otros animales como yo, humanos que me observan, si los hay, congéneres o humanos, cómo son, jóvenes, viejos, cachorros, de una o de varias edades, qué hacen, qué son, cómo me hacen sentir.

La experiencia es muy intensa, pero agradable, me devuelve a lo que tengo en mi interior. Y también a la situación del metro, del autobús, del trabajo, esa en la que la conducta un poco animal de los otros, despiera la mía, aunque me contenga por la buena educación, las maneras, la urbanidad.

Mi esencia, está ahí. Y es donde permanecerá, lo que también soy.

¿Qué animal te ha aparecido en la pantalla? ¿Qué animal has sido?

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